El Papa avaló la polémica medida judicial que puede dejar libres a los presos K
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El Sumo Pontífice se refirió a los "abusos del poder punitivo" de las prisiones preventivas. Fue horas después de que el Congreso pusiera un límite a las detenciones sin condena.
Clarín
Reunión de juristas en el Vaticano. El Papa Francisco rodeado de abogados de todo el mundo, entre ellos Roberto Carlés, frustrado candidato de Cristina Kirchner a la Corte.
En un discurso ante juristas, Francisco se mostró “preocupado” por “el uso arbitrario” de la prisión preventiva y dijo que “vulnera la presunción de inocencia”. No mencionó a ningún país, pero se trata de la medida que acaba de impulsar una Comisión Bicameral en el Congreso de la Argentina. Y que podría beneficiar a presos kirchneristas por corrupción como De Vido, Báez o Ricardo Jaime. También criticó el “lawfare”, en línea con Lula y Cristina.
La extensión de los juicios retrasa las condenas y consagra la impunidad.
Horas después de que el Congreso argentino limitara las prisiones preventivas, medida que podría beneficiar a varios ex funcionarios kirchneristas que están presos por corrupción, el Papa Francisco volvió a criticar el "uso arbitrario" de esa figura y denunció el "lawfare" contra "dirigentes políticos", aunque evitó hacer referencia a casos puntuales.
En un discurso brindado a miembros de la Asociación Internacional de Derecho Penal, a los que recibió ayer en el Vaticano, el Pontífice dio su visión sobre el "estado actual" de la materia y se enfocó en los "abusos del poder punitivo".
"En nuestro encuentro anterior señalé con preocupación el uso arbitrario de la prisión preventiva. Lamentablemente, en los años transcurridos desde entonces, la situación se ha agravado en algunos países y regiones donde el número de detenidos sin condena ya supera ampliamente el cincuenta por ciento de la población carcelaria", les dijo Francisco durante la reunión. Argentina está entre esos países.
La polémica está en marcha. Una
Comisión Bicameral del Congreso acaba de ordenar la entrada en vigencia de artículos del nuevo Código Procesal Penal, que limitan la aplicación de prisiones preventivas por parte de los jueces. Los magistrados solo podrán detener a los acusados después de agotar nuevas medidas previas y cuando ellas no fueran suficientes para concluir el proceso. El cambio comienza a regir la semana próxima y podría beneficiar a Roberto Baratta, Lázaro Báez, Julio de Vido u hasta Amado Boudou, todos representantes de la corrupción kirchnerista.
"Este fenómeno (el de las prisiones preventivas) contribuye al deterioro de las condiciones de detención y es causa de un uso indebido de destacamentos de policía y militares para esos fines", lamentó el Papa, en un evento en el que estuvo presente, como único argentino, el jurista Roberto Carlés, quien en 2015 fue propuesto por Cristina Kirchner para integrar la Corte Suprema, aunque finalmente no logró acceder a ese cargo.
"El encarcelamiento preventivo, cuando es impuesto sin que se verifiquen las circunstancias excepcionales que lo habilitan, o por un período excesivo, vulnera la presunción de inocencia y el principio según el cual todo imputado debe ser tratado como inocente hasta que una condena firme establezca su culpabilidad", aseveró el sumo pontífice.
Francisco dedicó uno de los puntos de su discurso al denominado lawfare (guerra judicial) y planteó que "se verifica periódicamente que se ha recurrido a imputaciones falsas contra dirigentes políticos, promovidas concertadamente por medios de comunicación, adversarios y órganos judiciales colonizados".
"De este modo, con las herramientas propias del lawfare, se instrumentaliza la siempre necesaria lucha contra la corrupción con el único fin de combatir gobiernos que no son del agrado, retacear derechos sociales y promover un sentimiento de antipolítica del que solo se benefician quienes aspiran a ejercer liderazgos autoritarios", denunció. Cristina Kirchner y el ex presidente de Ecuador Rafael Correa se han autoproclamado supuestas víctimas del “lawfare”.
Como caso opuesto, según Bergoglio, "es curioso que la utilización de paraísos fiscales, instrumento al que se recurre para encubrir toda clase de delitos, no sea percibida como un hecho de corrupción y de criminalidad organizada". "En forma análoga, fenómenos masivos de captación de fondos públicos pasan desapercibidos o son minimizados como si se tratara de meros conflictos de interés", aseveró. En esa dirección, el Papa enmarcó su discurso considerando que "el capital financiero global es responsable no solo de graves delitos contra la propiedad sino también de delitos contra las personas y el ambiente". "Se trata de una auténtica criminalidad organizada que es responsable, entre otras cosas, del sobreendeudamiento de los estados soberanos y de la depredación de los recursos naturales del planeta", planteó. ■
El cambalache al que el Papa llama “lawfare”
Clarín
Fernando Gonzalez
En el país de la grieta el papa Francisco perdió dos oportunidades. La primera fue en 2015. ¿Quién sino él podría haber convocado a los candidatos presidenciales para unirlos en una foto junto a la presidenta de entonces? Pocas contribuciones se habrían acercado a esa imagen que ninguno de ellos podría haber rechazado. Bergoglio siempre pareció preocupado por las heridas de la transición del poder. “Cuiden a Cristina”, era su frase de cabecera ante cada dirigente que recibía en el Vaticano. Pero allí se terminó todo. No hubo encuentro entre Macri, Scioli, Massa y la mujer a la que había que cuidar. No hubo entrega de los atributos de mando. No hubo políticas de Estado ni Pacto de la Moncloa. No hubo nada.
Cuatro años después, el país adolescente no parece haber aprendido mucho. Al menos, Mauricio Macri y Alberto Fernández hablan por teléfono desde las elecciones del 27 de octubre para coordinar algunas cuestiones. Se pusieron de acuerdo en ponerle un cepo al dólar y en habilitar los contactos de algunos de sus colaboradores. No lograron conciliar nada en torno a la situación de Bolivia y al destino de Evo Morales. Y es una incógnita todavía cuántos de los ritos de la inminente transición presidencial se respetarán el 10 de diciembre. ¿Habrá pasamanos del bastón entre el presidente que se va y el que se viene? ¿Asistirá Cristina a la ceremonia para verles la cara a sus adversarios? El Papa hubiera sido un gran anfitrión de todos ellos en estos días. Pero Francisco ha vuelto a marginarse del proceso de recambio del poder en medio de la crisis y ya avisó que difícilmente visite la tierra donde nació durante el 2020.
Y no es que al Papa le disguste la política. Todo lo contrario. Como buen jesuita, prefiere la articulación y el armado subterráneos. Se sabe que olvidó antiguas reyertas y que ahora siente afecto por Cristina. Del mismo modo que se percibe la antipatía que lo aleja de Macri. Reserva espacios de encuentro con María Eugenia Vidal o con Carolina Stanley y escuchará pronto los planes de Horacio Rodríguez Larreta para la ciudad de la que fue arzobispo. Ningún mensaje del poder le es ajeno. Y entiende a quien fortalece y a quien hiere cuando le envía un rosario a Milagro Sala o a Amado Boudou.
Sin embargo, sorprende cuando apuesta tan fuerte y respalda la ofensiva del peronismo contra el régimen de prisión preventiva. Habla de los presos del mundo pero todos entienden que se refiere a los presos de la Argentina y de la región. Sus palabras son maná del cielo para personajes como Julio De Vido o Lázaro Báez. Y las causas por corrupción, que asolaron en estos años a América Latina mientras crecía la pobreza, tienden a perder peso específico. Nadie se sorprenderá cuando las cárceles se empiecen a vaciar.
El Papa también se dedica a condenar el “lawfare”. La palabra moderna que utilizan algunos políticos para endilgarle los males de la corrupción a una supuesta conspiración de sus rivales, de los jueces y de los medios de comunicación. Si hay “lawfare” no hay Odebrecht ni contratos vergonzosos para la obra pública ni patrimonios abultados por el enriquecimiento ilícito. Es un tiempo confuso en el que los pecadores logran invertir la carga del pecado. Sin tanto anglicismo, hace ochenta años y en medio de la década infame, Enrique Santos Discépolo definió como cambalache a ese estadio de la decadencia donde todo da exactamente lo mismo. ■
En 2015 y ahora, Francisco pudo ser la prenda de unión que ningún candidato a presidente hubiera rechazado.
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